entrevista

Entrevista realizada a la artista en su taller

-Alejandra Urresti. ¿Urresti es de origen vasco, no?
-Hasta la médula.

-¿Tenés segundo nombre?
-No. Bueno, sí.

-¿Cuál es?
-En realidad no tengo, no está escrito en el documento nacional de identidad, pero mis padres en algún momento dijeron Alejandra María. En fin, Alejandra María Urresti, así, sí, María en el medio. No se bien cual es la verdad porque la realidad me confunde. De hecho mi tía Nora, prima de mi mamá, me manda mensajes por teléfono cada día de «el día de María» o algo así, todos los años desde hace unos años. Sus tres hijas se llaman María algo. María Ximena, María del Pilar, María Cecilia. Dudo tener dos nombres, de hecho tardaron como tres días en llamarme Alejandra. Y mi tío se llama Alejandro. No tienen mucha imaginación. Mi hermana mayor se llama Carolina Micaela y mi otra hermana se llama Micaela también. Sí, mismo padre misma madre. Mi hermano Joaquín, Joaquín Esteban, Esteban como mi papá, como mi abuelo.

-Tal vez por eso hiciste el trabajo «Alejandra» (video en el que la artista invita a cien cubanos a decir frente a cámara Alejandra).
-No. No lo creo. Ese trabajo lo hice por otros motivos.

-¿Querés contarnos más acerca de esos motivos?
-No.

-Contanos un poquito sobre tu formación.
-Variada e incompleta. De a ratos. De lejos. Con mucho cuidado. Sin dudas la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, y la gente que ahí conocí, es lo que más destaco en cuanto a mi formación. Siempre vuelvo a escuchar aquellas clases teóricas cuando me hace falta. Cierro los ojos y listo. Me imagino sentada ahí, en una silla en alguna de esas aulas inmensas y repletas de gente en el Pabellón III de Ciudad Universitaria. Así eran aquellas clases teóricas. Trescientas personas alrededor de un arquitecto orador, que hablaba durante cuatro horas. Y siempre lo mismo. Frío en invierno y calor en verano. Al extremo. La audiencia no se duerme, está atenta aunque siempre se escuche lo mismo. Hablan de luces, whisky, recorridos, baúles de autos, maletas y función. Extraño a Horacio Bucho Baliero. Será que abandoné la carrera, y quien primero abandona…

-¿Si tuvieras que elegir tres palabras utilizadas en el contexto artístico, cuales serían tus favoritas?
-Nunca nada de mis cosas favoritas salen de ese contexto. Nunca pensé en lo favorito, pero sí podría mencionar al menos tres palabras que detesto mucho.

-Adelante por favor, no te detengas.
-Palimpsesto, mainstream y statement. Palabras petulantes si las hay. Insoportable. Por favor cambiemos de tema, si es posible… claro. ¡Ah! Me olvidaba de una palabra compuesta que tampoco merece mi simpatía. Plataforma de visibilidad. ¿Qué me decís?

-¿Que opinás de los curadores?
-Opino que hay más curadores que enfermos.

-Participaste en una muestra en París el año pasado. ¿Cómo viviste esa experiencia?
-Bueno, en realidad no sé si la muestra se llevó a cabo. Pero no era en París, para nada París, era en otro lugar y a una semana de la inauguración pasó un tornado y destrozó el techo y algunos otros planes. Philippe, el curador, visitó mi casa a principios de 2010, (creo, soy pésima con las fechas , también con los nombres propios). Él mencionó al pasar que yo era una artista obsesiva compulsiva y le gustó particularmente el trabajo «volar y chocar», video de cincuenta minutos de duración en el que juego sola con una paleta y una pelotita de goma unidas por un elástico. Cien encuadres diferentes, cien rebotes diferentes, misma pose, sin un por qué. Decidí que debía mantener contacto con él, pensá que no tengo página ni nada de eso, además tampoco salgo mucho a ver que pasa allá afuera. Algo tenía que hacer. Y fui por donde a él le gustó. Entonces le envié durante cien días consecutivos las cien tomas diferentes por mail. Una por día. Cien mails. Mails mudos. El asunto: uno de cien, dos de cien,…, trece de cien,…, hasta llegar a cien de cien. Uno por día. Sin falla alguna. Durante cien días consecutivos. A los dos meses me invitaba a participar en la muestra del tornado ese. Catastrophe climatique, las primeras dos palabras que escuché en ese viaje. En francés y de Philippe.

-¿Tenés algún sueño relacionado con tu producción?
-Sí, hace tres años, o dos, descubrí una sala. Digo descubrí pero ya existía, ¡claro! ya había habido un arquitecto, planos y todo eso. Digo descubrí porque el descubrimiento era el de saber que el trabajo «Escenografías» debía mostrarse en esa sala, y que si bien hace años que ese trabajo está terminado, nunca lo mostré como es debido, a veces la locura y el apuro del entorno termina por dislocarme. Entonces me reconcilio con mis tiempos. No importa ya cuánto haya tardado. Esas imágenes van a mostrarse donde corresponde.

-¡Felicidades! ¿qué fecha tenés?
-No. No. No. Momento. Aun no tengo ninguna confirmación. Si bien no me dijeron si todavía no me dieron el no. Es una sala nacional con lo cual hay que esperar y ver que pasa con las elecciones presidenciales 2011 para ver quiénes son las personas que ocuparán esos puestos políticos. Sí, puedo anticiparte que he tenido una reunión y resultó ser muy favorable. Pero hay que seguir esperando. Paciencia.

-Mencionaste la palabra tiempo seguido a la palabra reconciliar.
¿Qué te pasa con el tiempo?

-Lo que a todos imagino, no puedo controlarlo, no puedo detenerlo y tampoco puedo acelerarlo. No puedo dejar de pensar en él. Toc toc alguien piensa en vos. Creo que el tiempo es absoluto, categórico. Tiempo o falta de tiempo. A mal tiempo buena cara. Tiempo para jugar o perder con una paleta, dos minutos y once segundos es el tiempo que tomó a cien cubanos decir Alejandra, tiempo de ver televisión, tiempo de girar en una puerta. Y girar y girar.

-Hablando de tiempo, ¿cuánto tiempo te llevó sellar 62.400
veces la palabra paciencia?

-Es increíble que preguntes eso. Cuando lo sellé, entre el apuro, la ansiedad y la angustia, me olvidé de contabilizar el tiempo. Un grave error si pensás que todo lo cuento y todo lo mido así me olvide el resultado. Increíble, ¿no?

-¿Quiénes son tus referentes?
-¡Vaya! Esa sí que es una pregunta incómoda. A ver…, no hago listas de ese tipo. No me gustan los rankings, por lo cual no hago eso con las personas. Básicamente porque no me gusta todo lo que hace una misma persona. A mí me gustan las cosas. Las cosas que me gustan. Y no siempre son realizadas o pensadas por la misma persona. Pero puedo elegir un área de mayor interés, vuelvo a mencionar mi inclinación hacia la arquitectura y sus afines.
-Quince.

-¿Perdón?
-Dieciséis preguntas. Hasta acá dieciséis respuestas. Maldita manía por contar cosas.

-Avancemos, diecinueve entonces. Practicás arquería. ¿Cómo es eso? ¿Cómo conociste esta disciplina? ¿Vivís en Buenos Aires y practicás arquería?
-Vivo en Buenos Aires, cerca del Congreso de la Nación, y practico arquería en San Telmo. Estaba en pleno montaje de la muestra «Suomenlinna» (una serie fotográfica realizada en Finlandia durante una residencia artística), en la galería de Ernesto Catena, esto debe haber sido en el año 2007, sí, fue al año siguiente de haber viajado. En ese entonces el director artístico de la galería era Hernán Zavaleta. Para quien no lo conoce es una persona muy inquieta, absolutamente móvil. Escuché que practicaba arquería, le pregunté si podía ir a verlo porque no podía imaginar un Hernán sereno, calmo, quieto. Inmediatamente agarró su teléfono y llamó a Andrés F. Verde, su profesor. Hernán me invitó las dos primeras clases. Desde entonces que practico arquería bajo la supervisión de Andrés.

-¿Se considera buena?
-Si el blanco no es móvil…, si tengo un buen día…, tal vez.

-Siempre me pregunté si un artista es o se hace. ¿Que pensás?
-Mencionar la palabra artista es un riesgo a veces. Porque se piensa rápidamente en Miguel Ángel y todos esos y todas las comparaciones posibles. Es un verdadero tedio. Pero hoy no se trata de eso. Eso no es tampoco esto. El tiempo pasó, y las cosas también. Sólo que seguimos usando una misma palabra. Prefiero pensar que los artistas no se hacen, pero no lo sé a ciencia cierta.

-¿Cómo es que, habiendo cursado materias en la facultad de medicina, ingeniería
y arquitectura terminó por elegir algo tan diferente?

-Bueno, no quiero empezar todas las respuestas con no, pero tal vez las carreras no sean tan diferentes entre sí. Hay una cosa en común, en todas creo yo, un deseo profundo entre alguien y un saber. No importa si se trata de una ciencia dura o que se yo qué. Importan un sujeto y una cosa, y lo que sucede entre ambos. Y eso entre alguien y algo no me sucedió mientras estudiaba ninguna de esas cosas, salvo arquitectura. Aprovecho en aclarar un poco el tiempo que estuve dando vueltas entre tantas carreras que forman serios profesionales. Vayamos por partes, vayamos cronológicamente. Primero fue medicina. La verdad es que creo que se trató de ese deseo de hacer algo por el otro, algo como querer salvar al mundo, pero desistí sin haber cursado más que salud mental y algo de anatomía y citología. Ni foco podía hacer con el microscopio, el núcleo y las otras cosas de la célula eran y siguen siendo un gran misterio para mí. Tenía, sin embargo, compañeros que, muy cancheros, miraban por el microscopio sin cerrar el ojo que no utilizaban, sin marearse, conociendo las células, una por una. Súper habilidosos. Ingeniería fue la segunda carrera que no terminé. Definitivamente la formación de mi padre y su silenciosa manera de inducirnos, a mis hermanos y a mí, a ser seres académicos hizo que esta vez intentara por ingeniería, otra carrera seria. Pero bueno ahí si que duré muy poco, lo único que recuerdo era que cursaba dos materias que me faltaban del ciclo básico común, álgebra y análisis matemático, los sábados a las siete de la mañana en ciudad universitaria. No creo haber llegado al segundo mes. No entendí nada de nada. Y ahí, cursando en la FADU, sólo me cambié de carrera. Esta vez era arquitectura. Dicen que la tercera es la vencida, yo soy de las que piensa que no hay dos sin tres. No me había equivocado, tampoco conseguí el título. Me quedé cuatro años en ese edificio. Y me encantó, pero no me gustaban los exámenes y los finales obligatorios. Durante estos tres intentos siempre hice algo relacionado a la fotografía.

-¿Hay algún óptico o fotógrafo en la familia?
-No. Como bien te decía mi padre viene de esas familias de ser escribanos y tener amigos abogados, médicos, arquitectos e ingenieros. Pero por el lado materno la cosa es distinta. Existe un tío, el tío Rubio. Tío de mi mamá en realidad. Él es canoso desde que recuerdo. Completamente canoso. Él es relajado, más suelto por decirlo de alguna manera, y tenía un restaurante en Queens, «La Fusta» se llamaba. Y claro, le gusta el juego, los caballos y esas cosas. Por eso «La Fusta». Por eso siempre me habla de las fotografías que él tomaba en la rambla. Sí, cerca del casino de Mar del Plata. Cada vez que lo veo, ahora vive en Brasil y viaja poco, me cuenta algo de los lobos marinos, de los tamaños de las personas, de cómo hacer para que el retratado salga más grande que el lobo en las fotografías. Tal vez la foto en la que mi mamá está recostada sobre la estatua la haya tomado él.

-Bien, pasaste sin terminar por algunas carreras universitarias y terminaste un estudio terciario en fotografía, hasta ahí todo bien, pero ¿cómo te acercás, así sea paralelamente, al mundo artístico?
-Mi acercamiento a la fotografía fue un intento por ayudar a mi memoria, mejor dicho a tenerla, o almacenarla para no olvidarme las cosas, casi con una intensión documental, con un fin biográfico. Poder recordar gente, lugares. Acordarme de mí. La de antes. Esa que no recuerdo así tenga fotos en mis manos. Así empecé. Y la fotografía me trajo de nuevo un pensamiento altruista. Un proyecto. Traducir imágenes fotográficas a un objeto tridimensional que hiciera posible que una persona ciega, recorriéndolo con los dedos, viera o recompusiera una imagen. Me contacté con la hija de León Ferrari quien trabajaba en un edificio en la avenida Entre Ríos. Me presentó a Horacio Bracco, de unos cincuenta años. En ese momento había pasado la mitad de su vida viendo y la otra no. Ceguera adquirida. «Hola, ¿que tal?» y me agarró del brazo. Dimos una vuelta a la manzana. Fue muy seductor. Me decía «Acá hay una reja. Acá hay un portón. Acá hay un estacionamiento. Un kiosco». El sonido del encuentro del bastón y la vereda es información. Hay que decodificar, como si fuera un radar. Como murciélagos. El sonido tarda más o menos tiempo en volver, el rebote suena distinto según la superficie de choque. El sonido es información. Entramos a un bar. Los encuentros fueron siempre ahí, en el bar, en su trabajo, en una plaza. Probamos diferentes cosas. Un mapa de la República Argentina realizado con lijas de diferentes granos, desde muy gruesas hasta muy finas, cada provincia se diferenciaba de las limítrofes porque era representada por una lija diferente. La gran sensibilidad en sus dedos le permitió rápidamente reconocer el objeto. Alzó la cabeza, como mirándome, y me dijo «Alejandra: soy ciego, no pelotudo. Faltan las Islas Malvinas». Nos reímos. Aprendí, si bien no conseguí ni salvar a la humanidad ni que alguien que no pudiera ver, viera. Horacio toma fotografías también. A su familia. Los modelos le hablan, el apunta y listo, el registro del encuentro familiar termina en un álbum. Nunca me mostró sus fotos. Hace muchos años que no nos vemos. Así me decía «chau Ale, nos vemos la semana que viene». Conocí entonces, a través de Tamara Stuby y Esteban Álvarez, la técnica del fotograbado para aplicarla a ese proyecto. Sumergimos metales en ácido durante largos períodos. Podríamos señalar a Tamara y a Esteban como mis primeros anfitriones en el mundo del arte. Digamos que ellos, en cierta medida, son responsables.

-Tengo entendido que trabajaste un tiempo en una agencia de publicidad. No dejo de pensar tu obra «Larga Vida» como un producto publicitario. ¿Lo hiciste en ese momento?
-No. Ese trabajo viene de otro lado, de otro tiempo, de antes. Participé en un taller dictado por un fotorreportero, la promesa era que sería un curso multidisciplinario, con gente de distintas áreas. Para nada orientado al fotoperiodismo. Me interesaba la diversidad, me sigue interesando de hecho. No recuerdo si era parte de un ejercicio pero alguien decidió que debíamos hacer algo en conjunto bajo el título comer o la comida o algo así. Era un momento de crisis en el país, el tema elegido, tampoco se por quién, nos mostraría algunas imágenes de niños, de platos vacíos, de basura, de cartoneros, de comedores comunitarios, del hambre en blanco y negro. Yo ya había entendido que nada puedo hacer por el mundo, nada. Ni salvarlo, ni alimentarlo. De ninguna manera. Me escapé y me escondí en un supermercado. Empecé a trabajar. Busqué en la comida, particularmente en la leche, específicamente en sus envases. De industria argentina, como la crisis. Encontré en sachets y cartones la historia del arte y su motivo elegido, la excusa: la vaca. La vaca modelo posa como protagonista en amables campos verdes.

«Larga Vida», «Fantastic World», «Cuba», «Finlandia», «62.400 repeticiones hacen una verdad», «Feliz Cumpleaños», «La afirmación», «Calma», «Felicidades»… ¿Los nombres de tus obras siempre son tan luminosos?
(Alejandra estalla a carcajadas, no puede controlarse, no deja de reír.)
-Otra vez tengo que decirte que no. Que ahí no hay luz. El tema del título es importante. He reflexionado mucho sobre este asunto. Los primeros trabajos no tienen nombre. Después se convirtió en una necesidad, en un alivio, poder mencionar los trabajos con un título. Decidí diferenciarme un poco de mis padres, ahora rápidamente pongo un nombre, así no sea el definitivo. De hecho cuando exhibí el trabajo «Penitencia» fue bajo título «Camas«, y ahí empiezo a responder tu pregunta. Los títulos no son luminosos, «Camas» pasó a ser «Penitencia«, sólo volar hubiera sido lindo, pero ese verbo está acompañado por la palabra chocar, «volar y chocar». Estoy segura que «Cuba» no es el título final de la serie de fotografías tomadas en La Habana. Sí, ahí soy igual a mis padres, ahí no tengo ocurrencia. «Cuba» para Cuba, «Finlandia» para Finlandia, «Escenografías» para escenografías, Micaela Micaela, Esteban Esteban Esteban, Alejandro Alejandra, «Alejandra» para Alejandra, «Felicidades» para Felicidades.

-Me habían comentado que sos un poco hosca, parca, que esquivás el diálogo, que preferís el silencio así no te deje dormir, llegué con cierta aprensión.
-No te mintieron.

-Ja ja.
-Ja.