
Felicidades
Corrió durante todo el día. Llegó tarde a todos lados. Pidió perdón sabiendo que sólo debía pedir permiso. Acalorado, temblando, entró a la fiesta. Se acercó a la mujer que sonreía frente a la cortina rosa. Felicidades le dijo cuando estaba a tres pasos de distancia. Ella sonrió aún más. Él no se detuvo, aceleró su marcha y subió nueve escalones. Él cuenta los escalones, también los pasos, también los números. Cuarenta escalones lo separan de la calle. Sin memoria y sin confianza los cuenta todos los días. Nueve escalones y ahora recorría el largo pasillo. Cuatro lamparitas dicroicas. Contar pasos le daba tranquilidad. Una cantidad de pasos, tantos escalones, unas lamparitas y listo, llego al otro lado. Nada malo va a pasar. Felicidades. La mujer se alejó. Él, ya del otro lado, se encontró pensando en sus ojos, en domarlos para no marearse mientras descendía los diecisiete escalones de la escalera caracol. Él prefería llamarla escalera giratoria. Algo mareado atravesó el comedor diario primero, la cocina después, y por último el lavadero. Salió al jardín de atrás. Tres pinos inmensos a la izquierda. Cinco Felicidades. Felicidades, repitió. Decidió terminar cuanto antes su tarea, tomó aire, enderezó su columna, practicó una mueca, disimuló el apuro y siguió escuchando su voz. Dejó los pinos a su derecha y miró el portón negro, portón que antes fue verde. Calculó los pasos hasta ahí. Cincuenta y siete, o setenta, ciento quince como mucho. No más.