Miro la televisión. Miro un programa. Cambio. Miro a la locutora, miro el fondo. La locutora es una monjita, el programa es El minuto de María. A veces, un pequeño planisferio oficia de centro de mesa. Otras, una mesa pelada y dos sillas son suficientes, justas y necesarias. El programa comienza en silencio, ella reza, la imagen no se modifica, ella ni se mueve. Atrás, en el fondo, una línea, resultado de una desprolija unión de elementos que componen el decorado, atraviesa la cabeza de la monja. Ella, inmóvil, sigue rezando. Cambio. Un grupo mayoritariamente masculino habla de tecnología en una nave espacial. Saben un montón. Cambio. Una mujer experta en porcelana fría se desenvuelve en su mundo mágico. Una porción del cuadro La noche estrellada de Van Gogh compone el fondo. Dos hombres disfrazados de muñecos verdes aparecen por detrás de unas tarimas naranjas. Tienen calor. Cambio. Una mujer que viste chaleco negro brilloso y moño blanco, pantalones negros y botas blancas, habla de fútbol. Ella se ríe a cada rato. La sombra del saxofonista anticipa los cortes publicitarios. Cambio. Un diseñador de moda desfila entre objetos decorativos conseguidos por canje: una palmera, una placa publicitaria; una mesita, otra placa; una lámpara, otra placa; un cuadro, otra placa. Tres almohadones. Él declama al aire «Yo canto bárbaro. Estoy bárbaro, estoy genial, estoy fantástico«. Cambio. Unos hombres hablan de transporte. La miniatura ubicada sobre la mesa de vidrio verde, un precioso camión iluminado, cobra otra dimensión delante de mis ojos. A ellos no los escucho. Cambio. Con seriedad un hombre comenta a cámara novedades gastronómicas. Cambio. Llamados telefónicos en vivo. Un adulto en escena y los niños en sus casas. Con 2 avanzan, con 5 disparan. Pocas veces ganan. Monjita, camión, internet. Porcelana en frío, fútbol, fútbol. Política, monjita, entrevista. Porcelana fútbol, frío, frío.